La Tercera | Voto voluntario – Juan Enrique Vargas

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09 / 01 / 2018

Más allá del resultado, la principal sorpresa de la segunda vuelta electoral fueron los 300 mil votantes adicionales que concurrieron a las urnas. Contra todos los pronósticos, la participación electoral se incrementó en vez de disminuir. Qué duda cabe de que en un escenario distinto, si el ganador hubiera sido el mismo pero con una menor votación, hoy estaríamos debatiendo volver a imponer la obligatoriedad del voto.

En buena hora, pues nunca me ha convencido esa política. Básicamente los argumentos en favor de esa medida apelan a que las personas no solo tienen derechos frente al Estado y la comunidad, sino también obligaciones, siendo una de ellas precisamente la de participar en las decisiones colectivas y que, de no hacerlo, se deteriora la democracia. Realmente, no puedo estar más de acuerdo con lo anterior; de hecho, creo que hay una obligación cívica fuerte en ir a votar, la que personalmente siempre me ha impelido a hacerlo, incluso cuando he decidido hacerlo en blanco.

También concuerdo en que una democracia con bajos índices de participación se convierte en un problema el cual, en el extremo, puede llegar a poner en riesgo su legitimidad. Pero en ningún caso me parece que de lo anterior deba seguirse la necesidad de obligar mediante sanciones a los ciudadanos a votar. El problema de fondo, de adhesión a la democracia, no se soluciona para nada forzando a la gente a ir a sufragar. No creo que realmente nadie piense que una medida de ese tipo, que es casi como buscar una solución por secretaría, despeje el grave problema de desafección de los ciudadanos hacia los políticos y la forma como se gobierna nuestra comunidad.

Si queremos contar con una democracia más sólida, que auténticamente represente a nuestros ciudadanos (y de paso los motive a ir a votar), de lo que hay que preocuparse es de hacer la pega: construir propuestas políticas atractivas, seleccionar candidatos adecuados y, sobre todo, llegar, de la forma que sea, con los mensajes a los ciudadanos. Así se hace en muchas sólidas democracias donde el voto es voluntario y el trabajo político consiste precisamente en movilizar a los adherentes para que concurran a votar. Y es lo que se demostró que bien se puede hacer también en Chile.

Aunque sea cierto que los niveles de participación son más elevados en los sectores acomodados, lo que sin dudas es en sí otro problema, ello no cambia la conclusión anterior, y solo debiera incentivar a mejorar su trabajo a quienes deseen representar a los votantes de esos otros sectores. De hecho, la experiencia de esta segunda vuelta muestra que la mayoría de los nuevos electores provinieron de los sectores medios. En el pasado ya contamos con la experiencia del voto obligatorio, lo que no impidió que la participación igualmente comenzara a decrecer, porque al final del día, si la gente no quiere participar, ni con todos los tribunales y policías del mundo los podemos obligar.