El Mercurio Legal | Mujeres y derecho – Macarena Vargas

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30 / 01 / 2019

Publicado originalmente en El Mercurio Legal. Se puede leer acá.

“¿Qué hace con ese escote? ¿Usted vino a dar una prueba oral o a que la ordeñen?”.

Hace unos días el Colegio de Abogados de Chile aprobó modificar sus estatutos buscando una mayor paridad de género en los procesos eleccionarios internos; meses atrás un grupo de profesores hombres suscribió un compromiso público de restarse de participar en instancias que no incluyan a sus pares mujeres; en 2017 la Corte Suprema creó la Secretaría Técnica de Igualdad de Género y No Discriminación, con el fin de sensibilizar y socializar sobre estos temas al interior del Poder Judicial. 

¿Qué está pasando en el medio legal? 

¿Cuánto tiene esto de moda o de ideología? 

¿Cuánto tiene esto de un verdadero cambio en el ethos de la profesión legal?

El “mayo feminista” que remeció nuestras escuelas de derecho con acusaciones de acoso y abuso sexual —algunas olvidadas bajo cerros de papeles de un sumario administrativo— fue el punto de inflexión de un debate indispensable y necesario en el mundo del derecho. Qué decir de la carta firmada por 120 estudiantes de la U. Católica donde dieron a conocer frases de profesores —como aquella con la que comienza esta columna— que quienes estudiamos en los años ochenta creíamos completamente erradicadas de las salas de clases.

Al igual que otras disciplinas, la discriminación de las mujeres en el campo del Derecho se manifiesta de múltiples maneras y debiera ser un tema de discusión prioritario para profesores/as y abogados/as en las próximas décadas. Los datos son lapidarios. Si bien un 51,3% de los abogados/as titulados son mujeres, en la actualidad 17 de los 20 consejeros/as del Colegio de Abogados son hombres, en 200 años nunca hemos tenido una presidenta de la Corte Suprema y, en el mundo académico, solo una universidad del Cruch tiene una rectora. Según datos de 2017, en Derecho Procesal, de los 29 profesores con estudios de doctorado, solo ocho son mujeres, y en el área penal, ninguna mujer integra la comisión de reforma del código del ramo. 

Pese al progresivo aumento de estudiantes mujeres, el derecho es una profesión mayormente de hombres y la discriminación se advierte en distintos niveles y de diversas formas. Unas son más explícitas que otras; algunas están tan normalizadas que ni siquiera las propias mujeres nos damos cuenta de ellas, pero los sesgos de género son tal vez los más fuertes y corrosivos. 

Así como se dice que los niños son mejores para las ciencias o que las niñas son malas para las matemáticas, en el mundo del derecho también es posible advertir ciertos sesgos explícitos e implícitos que contribuyen a la construcción de roles de género en la profesión legal. Por ejemplo, los hombres son buenos para el derecho penal y las mujeres para el derecho de familia; los hombres son mejores negociadores que las mujeres porque son más “duros” y ellas muy “blandas”; los hombres son buenos con los números, por tanto mejores para el derecho tributario que sus pares mujeres. Un sesgo explícito presente cuando yo era estudiante (y que espero ya no exista) era que las mujeres no van a ejercer la profesión o pocas de ellas lo harán, estudian derecho porque vienen a buscar marido. 

En este contexto, la formación de pregrado tiene mucho que hacer. En nuestras facultades hay algunos departamentos sin presencia femenina, hay muy pocas profesoras titulares y el número de textos de autoras mujeres en los syllabus es bajo. Ello encuentra explicación en una cuestión muy básica: para ser profesor titular hay que tener estudios de doctorado, tener una alta productividad científica y una destacada trayectoria académica, cuestión que se hace muy difícil a las mujeres que desean investigar, publicar y ser madres al mismo tiempo o ejercen el rol de cuidadoras de otros. Ello explica que en algunos casos sus carreras académicas comiencen varios años más tarde que la de sus colegas hombres. 

A juzgar por lo que ha pasado en el último tiempo, todo indica que estamos en medio de un proceso de cambio, que la brújula se mueve hacia otro sitio que no conocemos, pero que se avizora mejor para las mujeres. Sin embargo, un cambio real y profundo supone remecer estructuras legales, institucionales y mentales, supone que los hombres dejen de sentirse amenazados con lo que está ocurriendo y que en conjunto trabajemos para acortar esas enormes distancias que nos separan. 

* Macarena Vargas Pavez es profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales.