Académico Mauricio Duce publicó un artículo sobre enseñanza en pandemia en Harvard Review of Latin America

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El Académico de la Facultad de Derecho UDP, Mauricio Duce, publicó un artículo sobre la enseñanza en pandemia y su experiencia en la UDP este año, en "ReVista" de Harvard Review of Latin America, en sus versiones en inglés y español.

19 / 10 / 2020

Como profesor universitario, he visto en estos meses una capacidad de innovación del sistema de educación superior chileno que no había apreciado en forma previa. También observo un impacto positivo en el trabajo docente que se ha visto obligado a revisar prácticas y en la preocupación por nuestros estudiantes.

El Covid-19 ha afectado de manera sorpresiva la vida de millones de personas en todo el mundo y todavía es difícil proyectar con claridad las consecuencias e impacto que tendrá en nuestras vidas en el futuro. La pandemia ha evidenciado problemas profundos en relación a la capacidad estatal para enfrentarla y al funcionamiento de los sistemas de salud. Pero también ha sido un remezón que ha abierto oportunidades y ha forzado cambios que podrían dejarnos cuestiones positivas para el futuro. Un área en la que esto podría ocurrir es en la educación superior en Chile.

En lo que sigue quisiera plantear, desde mi experiencia personal en estos meses, una reflexión acerca de cómo el Covid-19 ha obligado a acelerar y profundizar procesos de innovación en la educación superior en Chile que podrían proyectarse a futuro como una buena noticia si es que tenemos la capacidad de aprender de lo que ha ocurrido.

Los enormes desafíos iniciales

Mi primer semestre académico de 2020 (marzo a julio) sería liviano en materia de docencia. Entre enero y mayo estaría en una estadía de investigación en el David Rockefeller Center for Latin American Studies de Harvard. La Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales (UDP) de Chile, mi lugar de trabajo hace más de 25 años, me había liberado de la carga docente y administrativa por dicho período. La pandemia, sin embargo, cambió en forma radical mis planes. A mediados de marzo se evidencia que ya no podría realizar un trabajo normal en Harvard y regreso ante el incierto escenario que se planteaba. Mi estadía se acaba en forma abrupta, dos meses antes de lo planificado.

El retorno antes de lo previsto me impone retomar mis responsabilidades docentes en la UDP. El semestre se había iniciado de manera normal dos semanas antes de mi llegada. Sin embargo, el 18 de marzo se decretó Estado de Emergencia constitucional por la situación sanitaria en el país y la universidad ya había suspendido, por una semana, las clases para adaptar el proceso de enseñanza de modalidad presencial a una a distancia, pero manteniendo su carácter sincrónico. A los pocos días, se nos pone a disposición la plataforma Canvas para cada curso—con Zoom como herramienta para la realización de las clases en los horarios en que originalmente las teníamos planificadas—y se nos recomienda también registrarlas para asegurar acceso de quienes no se pueden conectar sincrónicamente. En unos pocos días entonces había que repensar un curso diseñado para un formato distinto, entrenarse en el uso de herramientas nuevas que no ocupábamos previamente, todo ello en un contexto de mucha incertidumbre respecto a lo que ocurriría las semanas siguientes.

Mauricio Duce dictando clases en un curso de postgrado desde su nueva oficina en pandemia: el comedor de su casa

Los desafíos eran enormes para todos los involucrados. Una primera tarea era asegurar acceso de nuestros estudiantes a las plataformas digitales y clases, lo cual suponía que pudieran tener equipos y conexión para ello. Se trata de algo no obvio en un país como Chile. Políticas de acceso a la universidad en los últimos años (gratuidad para el 60% más pobre) han permitido el ingreso de porcentajes relevantes de estudiantes de los sectores menos favorecidos del país (a junio de 2020 se trataba de cerca de 400,000 estudiantes que habían accedido a gratuidad). Ellas, sin embargo, no necesariamente contaban con equipos individuales para disponer con exclusividad buena parte del día como era requerido por la nueva modalidad de enseñanza a distancia (en muchos hogares el computador disponible era compartido entre todos sus integrantes y en casos más extremos no había disponibilidad de ninguno). Tampoco contaban con conexiones a internet de calidad que les permitan seguir las clases con la extensión de tiempo e intensidad que de ahora en adelante se requeriría (en algunos casos más extremos, no tenían conectividad del todo).

El sistema de educación superior reaccionó de manera positiva y se desarrollaron políticas de distribución de equipos (laptops, tablets, etc.) y de entrega de programas de conexión a wifi a estudiantes con necesidades. Si bien hubo algunas polémicas iniciales respecto a la rapidez y alcance de estas medidas, ellas pudieron superar las situaciones más críticas. No ha ocurrido lo mismo tratándose de la educación escolar, la que presenta, por cierto, una realidad muy diferente en el país. Una investigación presentada a fines de agosto por el Centro de Estudios del Ministerio de Educación y el Banco Mundial, “Impacto del COVID-19 en los resultados de aprendizaje y escolaridad en Chile”, mostró que sólo el 40% de los escolares en Chile se encuentran en establecimientos educacionales que han prestado educación a distancia masiva, existiendo una enorme diferencia entre el quintil más rico (89% de cobertura) con el más pobre (27%).

Me parece que la capacidad de reacción que tuvo el sistema de educación superior para minimizar este problema, que podía poner en jaque la continuidad de los estudios y ello con consecuencias que en mi opinión perjudicarían más a los grupos más vulnerables, es una buena noticia respecto a la capacidad de adaptación demostrada; obviamente con diferencias a veces importantes entre distintas instituciones. Esto no significa que se hayan superado todas las barreras de acceso que esta nueva modalidad de estudio genera, por ejemplo, las condiciones que se presentan en los hogares para poder dedicarse con tranquilidad a seguir clases y estudiar en contexto de cuarentenas prolongadas que se han vivido en Chile. Las desigualdades se manifiestan en muchas caras en un país como Chile y lograr condiciones mínimas adecuadas para todas nuestras estudiantes será una tarea será larga y compleja.

Para los docentes, especialmente para quienes superamos los 50 años, la necesidad de manejar en forma rápida nuevas herramientas digitales que la mayoría desconocíamos era un desafío no menor. Si bien pertenezco a una generación que trabaja con tecnología cotidianamente y he participado en el desarrollo de programas de formación de postgrado online, la magnitud del desafío era completamente distinto. Suponía usar plataformas nuevas y no sólo desarrollar habilidades para ocuparlas con mucha intensidad semanalmente (en mi caso con clases casi diariamente), sino entender bien su lógica para aprovechar al máximo sus potencialidades y, en cambio, evitar un uso que simplemente replicara en formato digital lo que se hacía en forma presencial. Más allá de eso, el nuevo escenario suponía un rediseño completo de los cursos, incluidos cambios a los sistemas de evaluación, para funcionar en un entorno digital no presencial y en un contexto social radicalmente distinto al de solo unas semanas atrás.

Para nuestras estudiantes quizás el mayor desafío era de adaptación a un trabajo mucho más solitario que el que habían experimentado, con interacción agotadora con una pantalla durante muchas horas al día y niveles de incertidumbre altos acerca de qué es lo que pasaría con la continuidad del semestre y de sus cursos.

La pandemia poco a poco se expandía por el país y la situación se transformaba en algo grave, agregando a todos los desafíos anteriores una enorme preocupación por la situación sanitaria (incluyendo el hecho que los contagios llegaron a muchos hogares) y económica (muchas familias comenzaron a experimentar rebajas significativas en sus ingresos), así como crecientes niveles de ansiedad que el encierro generó por las cuarentenas extendidas decretadas.

Algunas lecciones positivas que se pueden proyectar

A pesar de todas las dificultades, el semestre concluyó con cierta estabilidad. El inicio del segundo semestre en agosto (que concluye en diciembre) se ha realizado con un nivel de normalidad mucho mayor y no se aprecia que existan grandes dificultades para concluirlo en forma satisfactoria. La planificación inicial ya asumió el nuevo entorno de enseñanza online y encontró a estudiantes y profesores mejor preparados para su desarrollo. Noto también muchos menores niveles de ansiedad en todos.

No existen datos consolidados sobre el impacto de la pandemia en el nivel de deserción estudiantil (ya sea por abandono definitivo o por suspensión temporal de estudios), pero la evidencia disponible sugiere que se ha producido un aumento respecto a los años previos que se debería principalmente a los enormes impactos económicos de la pandemia, lo que ha obligado a las autoridades y a las propias universidades a revisar sus sistemas de ayuda financiera y cobro. También habría afectado la falta de adaptación de un porcentaje de las estudiantes al nuevo entorno de educación.

Se trata de malas noticias. Pero también me interesa ver algunas cuestiones positivas que surgieron de todo esto y que he observado en la realidad de la facultad y de la universidad en la que me desenvuelvo. Creo que hay unas lecciones interesantes de las cuales podemos aprender si somos capaces de identificarlas, reflexionar sobre ellas y proyectarlas a nuestro trabajo futuro. No pretendo extrapolar mi experiencia a todas las universidades en todo el país, pero intuyo que algo de esto también se ha dado en otros espacios por las conversaciones que he tenido con colegas de distintos lugares.

Como ya señalé, a nivel institucional me parece que el esfuerzo realizado para asegurar la continuidad del semestre en tan poco tiempo es digno de ser destacado, ya que mostró una capacidad importante de adaptación al nuevo entorno. Pero también la pandemia nos dejará con plataformas y herramientas de apoyo online de nuestro trabajo académico que no tuvimos en años. Es decir, contaremos con una infraestructura de trabajo para el diseño y ejecución de cursos renovada, que representa un avance enorme respecto a lo disponible con anterioridad. En efecto, en la situación previa se constataba un fuerte retraso en estas materias y creo que se avanzó muy rápidamente en ellas. No sólo por la disponibilidad de las herramientas, sino que también porque este período ha sido una verdadera escuela de formación para estudiantes y profesores en su uso. Cuando algún día regresemos a algo parecido a la antigua normalidad, pienso que será imposible no incluir de manera intensa estas herramientas a nuestro diseño curricular y actividades docentes. Creo que esto era algo impensado a inicios de 2020 y se trataba de un claro pendiente en el que había que avanzar, pero seguramente nos habría tomado años sin tener que enfrentarlo como una necesidad.