Derecha economicista y centroderecha política en Chile

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Hugo Herrera - Ciper

06 / 07 / 2020

El autor desarrolla una profunda y detallada crítica a la mirada economicista que ha dominado en la derecha en las últimas décadas. Estima que su “estrechez ideológica es dañina para la construcción de una centroderecha amplia y renovada” que pueda comprender la sociedad chilena moderna. Sugiere que esta mirada le ha quitado capacidad de “conducción política a la derecha” y por ello el primer gobierno de Piñera, no pudo dar respuesta política al movimiento estudiantil de 2011, pese a tener cuadros competentes; y lo mismo pasó luego del estallido de octubre: “el gobierno careció completamente de impulso político, precisamente, porque seguía comprendiendo su papel desde el discurso economicista”. No logró ver la política sino “como gestión (…) como un ceñirse, de la manera más estricta posible, a las prescripciones económicas”. Cree que para los desafíos actuales es necesario rehabilitar las tradiciones ideológicas y culturales de una “centroderecha histórica y política; una centroderecha que es nueva de puro vieja, pues hunde sus raíces en la historia bicentenaria del país”.

1. DOS, VARIAS DERECHAS, NO SOLO UNA

Vivimos un tiempo de crisis y disputas. A la crisis política más importante en décadas se sumó una crisis sanitaria y otra económica. Se agrega el asunto territorial, que emerge de varias maneras como un problema agudo. En ese momento, surgen debates intensos entre el gobierno y la oposición, en la sociedad civil y en distintas alas de la izquierda. También consta una disputa relevante, que se ha intensificado, en la centroderecha. En los últimos años se han perfilado allí dos sectores importantes, de tal suerte que se altera, parcialmente, la cerrazón que la caracterizó por varias décadas.

A un lado consta un bando neoliberal, que sintetiza el economicismo de Friedman y un pensamiento de la despolitización y la subsidiariedad negativa. Al otro, se ha ido posicionando una centroderecha política, enraizada en la historia larga de ese sector y de sus diversas vertientes de pensamiento (liberal-laica, nacional-popular, liberal-cristiana, socialcristiana). Ella es caracterizable de distintas maneras y admite en su seno una amplia complejidad. Coincide, sin embargo, en entender a la tarea política como una que no se deja reducir a los límites abstractos de un partido económico.

La disputa es profunda y descansa en maneras distintas de concebir la vida social y política. El bando economicista no obstante que dotado de un discurso extremo y difícilmente presentable en los foros libres, cuenta, empero, con infraestructuras que aún poseen poder y que es menester develar. La centroderecha histórica y política tiene, en este contexto, una tarea ardua, pero también significativa: la de poner al sector a la altura de los desafíos de la época presente.

El asunto ideológico tiene relevancia en la praxis. La influencia del discurso de la derecha más extrema en los dos gobiernos de Sebastián Piñera ha incidido en sus dificultades para manejar el acontecer político y conducirlo de manera fructífera, dejando huella. El gobierno pasado del presidente Piñera no produjo un legado político manifiesto y existe el riesgo de que algo similar ocurra con el actual. La raíz honda de esta dificultad cabe pesquisarla en el apego a una visión reduccionista de lo político, que somete a esa dimensión a los criterios técnico-económicos de una ortodoxia determinada y opera como barrera en la captación e interpretación de los procesos políticos, especialmente los de más largo aliento.

La estrechez ideológica aún dominante en parte importante de la derecha, es dañina no sólo para la constitución de una centroderecha amplia y renovada, y sus pretensiones de influir en la trayectoria histórico-política del país (al fin y al cabo, los partidos y representantes de la centroderecha han de encarnar y expresar eficazmente las ideas y sentimientos de un electorado robusto y estable a lo largo del tiempo). Además, esa incapacidad es perjudicial para el proceso político en su conjunto. Los sistemas democrático-republicanos descansan sobre la premisa de que los sectores políticos principales protagonizan una disputa ideológica que asume la forma de un diálogo de posiciones justificables en la esfera pública. En la medida en que el sector de la derecha más extrema se encona en estructuras de poder, a la vez que se muestra inveteradamente desprovisto de herramientas conceptuales que le permitan comprender adecuadamente la situación y conducirla, el diálogo político se empobrece y con ello se compromete la viabilidad del sistema político como totalidad. En la época de la pérdida de legitimidad masiva de las instituciones y de las protestas más extendidas de nuestra historia, esa deficiencia ideológica en el sector político gobernante y, además, una de las dos alianzas políticas más relevantes del país, adquiere la más alta importancia.

2. UN PROBLEMA HERMENÉUTICO

La incapacidad política de la derecha ha sido tematizada por diversos autores[1] e incluso se hizo extendida en su momento, a partir de unas declaraciones de Pablo Longueira, la tesis de una ausencia de “relato” en el sector. Sin embargo, no se ha reparado suficientemente en el talante eminentemente hermenéutico o comprensivo de esa incapacidad.[2]

La centroderecha ha sido hegemonizada por una vertiente de pensamiento de matriz neoliberal. Uso el término en un modo parecido a aquel en el que lo emplea Milton Friedman, en “Neo-Liberalism and its Prospects”,[3] para referirme a una posición que se expresa en su libro Capitalism and Freedom y que es recogida por los economistas de la dictadura y, especialmente, más tarde, por una parte importante de la Unión Demócrata Independiente.

Ese pensamiento se instaló en Chile gracias a un convenio celebrado entre la Universidad Católica y la Universidad de Chicago, patrocinado por el gobierno norteamericano. En virtud de ese convenio, un numeroso contingente de chilenos fue a aquella universidad a cursar estudios de postgrado de distinta índole. Parte de ese contingente mantuvo niveles de articulación y relaciones de entidad; trabajó en el gobierno, durante la dictadura, y luego permaneció vinculado a la política, a través de diversas organizaciones y de un entramado político-económico difícil de pesquisar en todos sus detalles, pero de indudables alcances.

En el grupo de chilenos que viajó a Chicago, hay cabezas destacadas. Cabe, además, hablar incluso de una cierta hegemonía intelectual del grupo en su área específica, sobre todo en los primeros tiempos, cuando los estudios económicos nacionales no eran comparables a los de una universidad como Chicago y no existía un sistema extendido de becas y convenios con universidades extranjeras. Esa hegemonía estuvo, además, apalancada por lustros en el poder dictatorial y la capacidad empresarial de muchas de las cabezas formadas en Norteamérica. El peso discursivo es acreditado ya por el hecho de que, al interior de la dictadura, y en medio de una disputa de visiones económico-sociales, la concepción neoliberal fue capaz de prevalecer.[4]

Hoy, en cambio, con la perspectiva del tiempo y las aproximaciones a la historia económica nacional, los aportes de los discípulos de Friedman en el campo estrictamente económico pueden ser mirados con mayor distancia y sometidos a una evaluación.[5] A un crecimiento rápido (luego, hay que decirlo, de una crisis económica previa formidable), han seguido años de estancamiento de la productividad y hoy contamos con una economía que, según un consenso extendido de los estudiosos y análisis de la OCDE, persiste inveteradamente extractiva y pobre en la agregación de valor[6] En este contexto son aproximaciones más diferenciadas a la realidad económica y social del país las exigibles, para dar pasos decisivos hacia el despliegue económico nacional.

3. LA SÍNTESIS NEOLIBERAL

Es menester reparar, sin embargo, en un asunto que resulta de la mayor importancia para la comprensión política y la consideración de la crisis de la derecha instalada en Chile desde la dictadura. Los economistas familiarizados con la concepción de Friedman, permearon el pensamiento de la derecha. Todavía es posible constatar su influencia en el contexto de los partidos que conforman la derecha contemporánea. En la organización doctrinaria que culmina en esa influencia, un papel fundamental lo jugó Jaime Guzmán.

Cabeza egregia, desde los años sesenta, Guzmán venía elaborando una posición ideológica propia, a partir de una interpretación idiosincrática de la Doctrina Social de la Iglesia. El resultado fue el pensamiento “gremialista”. En lo fundamental, él propugna la despolitización de los cuerpos intermedios, y una concepción de la subsidiariedad entendida en un sentido eminentemente negativo: como la exigencia de la abstención estatal en todos aquellos asuntos que luzcan ser campo específico de las agrupaciones menores.[7]

La doctrina gremialista de Guzmán vino a operar como el ducto por el cual el pensamiento económico neoliberal se introdujo en la derecha nacional. En la medida en que el gremialismo propugnaba la despolitización de los cuerpos intermedios, asumía un recelo respecto de la “ideología” y un papel abstencionista respecto del Estado, abrió el campo político -despolitizado- al discurso económico neoliberal, que promovía, de su lado, una defensa estricta del mercado y una limitación al papel del Estado en los asuntos económicos.

Entonces pudo fraguarse una síntesis novedosa, que dio forma al especial tipo de derecha que se volvió usual en el Chile desde los setenta y hasta la segunda década de los 2000[8]. Nació el neoliberalismo político o, como lo llamó el luctuoso Jovino Novoa, el “Chicago-Gremialismo”.

Resulta relevante, entonces, hacer una consideración del pensamiento de Milton Friedman: del neoliberalismo político que se introdujo en Chile gracias al convenio de dos universidades y a la apertura de la derecha a aquellas ideas, favorecida por la doctrina gremialista de Guzmán.